El senador McCain ha luchado duramente en esta campaña. Y luchó aún más larga y duramente por el país que ama. Ha aguantado sacrificios por Estados Unidos que no podemos ni imaginar. Todos nos hemos beneficiado del servicio prestado por este líder valiente y abnegado.
Lo felicito. Felicito a la gobernadora Sarah Palin por lo que han logrado. Y deseo colaborar con ellos para renovar la promesa de esa nación durante los próximos meses.
Quiero dar las gracias a mi compañero en este viaje, un hombre que hizo campaña desde el corazón y fue el portavoz de los hombres y las mujeres con quienes se crió en las calles de Scranton y con quienes viajaba en un tren de vuelta a su casa en Delaware: el vicepresidente electo de Estados Unidos, Joe Biden.
Pero, sobre todo, no olvidaré a quien pertenece de veras esta victoria: a ustedes. Les pertenece a ustedes. Nunca fui el aspirante con más posibilidades. No comenzamos con mucho dinero ni con muchos apoyos. Nuestra campaña no fue ideada en los pasillos de Washington. Comenzó en los patios traseros de Des Moines y en los cuartos de estar de Concord y en los porches de Charleston. Fue construida por hombres y mujeres trabajadores que recurrieron a sus escasos ahorros para donar a la causa cinco, 10 y 20 dólares.
Tomó la fuerza de los jóvenes que rechazaron el mito de la apatía de su generación, que dejaron atrás sus casas y familias para trabajar por poco dinero y menos horas de sueño.
Adquirió la fuerza de personas no tan jóvenes que enfrentaron un frío amargo y un calor ardiente para tocar a las puertas de desconocidos, de los millones de estadounidenses voluntarios que organizaron y demostraron que, más de dos siglos después, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo es posible en la Tierra.
Este es su triunfo.
Y sé que no lo hicieron sólo para ganar unas elecciones o por mí. Lo hicieron porque entienden la magnitud de la tarea por delante. Mientras disfrutamos esta noche, sabemos que los retos que traerá el mañana son los mayores de nuestras vidas: dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo.
Mientras estamos aquí, esta noche, sabemos que hay bravos estadounidenses que se despiertan en los desiertos de Irak y las montañas de Afganistán para pelear por nosotros.
Hay madres y padres que permanecerán despiertos luego de acostar a los niños y se preguntarán cómo pagar la hipoteca o las facturas médicas o cómo ahorrar lo suficiente para dar educación universitaria a sus hijos.
Hay nueva energía que aprovechar, nuevos puestos de trabajo que crear, nuevas escuelas que construir y amenazas que afrontar, alianzas que reparar. El camino será largo. La cuesta será pronunciada. Tal vez no lo logremos en un año ni en un mandato pero, Estados Unidos, nunca he estado tan esperanzado en que llegaremos como esta noche. Les prometo que nosotros, como pueblo, llegaremos.
Habrá retrocesos y pasos en falso. Muchos no estarán de acuerdo con cada decisión o política mía como presidente. Y sabemos que el gobierno no puede solucionar todos los problemas.
Pero siempre seré sincero sobre los retos que nos esperan. Escucharé, sobre todo cuando estemos en desacuerdo. Y sobre todo, les pediré que participen en la labor de reconstruir este país de la única forma en que se ha hecho durante 221 años: bloque por bloque, ladrillo por ladrillo, mano callosa sobre mano callosa.
Lo que comenzó hace 21 meses en pleno invierno no debe terminar en esta noche otoñal. Esta victoria no es el cambio que buscamos. Sólo es la oportunidad para hacer ese cambio. Y eso no puede suceder si volvemos a lo mismo. No puede suceder sin ustedes, sin un nuevo espíritu de sacrificio.
Así que convoquemos a un nuevo espíritu patriótico, responsable, en que cada uno colabore y trabaje más y se preocupe no sólo de sí mismo sino del otro. Recordemos que si esta crisis financiera nos ha enseñado algo es que no puede haber un Wall Street (el centro financiero) próspero mientras Main Street (el pueblo) sufre. En este país avanzamos o fracasamos como una sola nación, como un solo pueblo.
Resistamos la tentación del partidismo, la mezquindad y la inmadurez que han envenenado nuestra vida política hace tanto tiempo. Recordemos que fue un hombre de Illinois quien llevó por primera vez a la Casa Blanca la bandera del Partido Republicano, un partido fundado sobre los valores de la independencia y la libertad del individuo y la unidad nacional. Son valores que todos compartimos. Y si el Partido Demócrata ha logrado una gran victoria esta noche, lo hemos hecho con humildad y la determinación de curar las divisiones que han frenado nuestro progreso.
Como dijo Lincoln a un país mucho más dividido que el nuestro, “no somos enemigos, sino amigos… Aunque las pasiones hayan tensado nuestros lazos de afecto, no deben romperlos”.
Y a aquellos estadounidenses cuyo respaldo tengo que ganar, quizá no haya logrado su voto pero escucho sus voces. Necesito su ayuda. Y también seré su presidente.
Y a todos los que nos ven esta noche desde más allá de nuestras costas, desde parlamentos y palacios, a quienes se reúnen alrededor del radio en rincones olvidados del mundo: nuestras historias son diferentes, pero nuestro destino es compartido, y un nuevo amanecer de liderazgo estadounidense está cerca.
A los que quisieran derrumbar el mundo: los vamos a vencer. A quienes buscan la paz y la seguridad: los apoyamos. Y a los que se preguntan si el faro de Estados Unidos aún brilla con fuerza: esta noche hemos demostrado una vez más que nuestra verdadera fuerza no procede del poderío de nuestras armas o el tamaño de nuestra riqueza, sino del poder duradero de nuestros ideales: democracia, libertad, oportunidad y una esperanza que no se rinde. Ese es el verdadero genio de Estados Unidos: que puede cambiar. Nuestra unión se puede perfeccionar. Lo que hemos logrado nos da esperanza para lo que podemos y debemos lograr mañana.
Estas elecciones tuvieron muchas primeras veces y muchas historias que se contarán por generaciones. Pero una que recuerdo esta noche es de una mujer que votó en Atlanta. Se parece mucho a la de otros que hicieron cola para hacerse oír en estas elecciones. Excepto porque Ann Nixon Cooper tiene 106 años.
Nació sólo una generación después de la esclavitud, cuando no había automóviles en las carreteras ni aviones por los cielos; cuando alguien como ella no podía votar por dos razones: porque era mujer y por el color de su piel. Y esta noche pienso en todo lo que ha visto durante su siglo en Estados Unidos: la desolación y la esperanza, la lucha y el progreso; las veces que nos dijeron que no podíamos y la gente que se esforzó por continuar adelante con ese credo estadounidense: sí, podemos.
En los tiempos que las voces de las mujeres eran acalladas y sus esperanzas descartadas, ella sobrevivió para verlas levantarse, expresarse y lograr el voto. Sí, podemos.
Cuando la desesperación y la Gran Depresión se extendieron por el país, vio cómo una nación superaba sus miedos con el New Deal, nuevos empleos y nuevos propósitos comunes.
Sí, podemos.
Cuando las bombas cayeron sobre nuestro puerto y la tiranía amenazó al mundo, ella fue testigo de cómo una generación se elevó a la grandeza para salvar la democracia.
Sí, podemos.
Ella estaba con los autobuses de Montgomery, las mangueras de agua en Birmingham, en el puente de Selma y con un predicador de Atlanta que dijo a un pueblo “Venceremos”.
Sí, podemos.
Un hombre llegó a la luna, un muro cayó en Berlín y un mundo se interconectó a través de nuestra ciencia e imaginación. Y este año, en estas elecciones, ella tocó una pantalla con el dedo y votó, porque después de 106 años en Estados Unidos, en los buenos tiempos y en las horas más negras, ella sabe cómo Estados Unidos puede cambiar.
Sí, podemos.
Hemos avanzado mucho. Hemos visto mucho. Pero queda mucho por hacer. Así que, esta noche, preguntémonos: ¿qué cambio verán, qué progresos conseguiremos si nuestros hijos viven hasta ver el próximo siglo, si mis hijas tienen la suerte de vivir tanto tiempo como Ann Nixon Cooper? Esta es nuestra oportunidad de responder a ese desafío. Este es nuestro momento. Este es nuestro tiempo para dar empleo a nuestro pueblo y abrir las puertas de la oportunidad a nuestros pequeños; para restaurar la prosperidad y fomentar la causa de la paz; para recuperar el sueño americano y reafirmar esa verdad fundamental: que, aunque muchos, somos uno; que mientras respiremos, tenemos esperanza.
Y cuando tengamos dudas y oigamos a algunos decir que no podemos, respondamos con ese credo eterno que resume el espíritu de un pueblo: sí, podemos.
Gracias. Que Dios os bendiga. Y que Dios bendiga a Estados Unidos de América.
Presidente electo de Estados Unidos (versión editada de su discurso en Grant Park).
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